Nos ocupa hoy la expresión "quemar las naves", también centrada en la destrucción pero, en este caso, con un alcance más limitado y una finalidad muy distinta de la que normalmente asociamos con los estragos propios de la guerra.
El valor táctico de quemar o hundir las propias naves ha sido conocido y empleado por todas las culturas que han hecho de la navegación parte esencial de su expansión geográfica o, al menos, de su desarrollo económico a través del comercio. Las finalidades perseguidas son variadas e incluyen impedir que los barcos caigan en poder enemigo (una variante marinera de la política de tierra quemada) o bloquear puertos o rutas.
El objetivo que hoy nos interesa es, sin embargo, otro bien distinto. Se trata de destruir las propias naves para eliminar la posibilidad de retroceder, indicando el compromiso con la consecución de los propósitos que animaron nuestro viaje.
El referente histórico que encontramos de forma recurrente en las fuentes aconteció en Yucatán en 1519. Allí, recién iniciada su campaña mexicana, Hernán Cortés ordenó hundir (no quemar) su pequeña flota para terminar con las intrigas dentro de su expedición y eliminar toda tentación de embarcarse de vuelta a Cuba. Poco de heroico había en el comportamiento de Cortés, cuyas acciones previas ya hacían imposible su retorno a Santiago sin ser acusado de haber traicionado la confianza del gobernador de la isla. En todo caso, el hundimiento de sus naves hizo de la conquista del territorio azteca y del establecimiento allí de una nueva colonia española la única estrategia posible para sus hombres.
El Diccionario de la Real Academia Española hace precisamente referencia a este suceso (al que se refiere de forma precisa como "destrucción" pues, como hemos visto, no hubo incendio) antes de definir la expresión "quemar las naves" como "tomar una determinación extrema", sin hacer mención alguna al objeto perseguido con tal acción. Mucho más esclarecedora resulta, en este sentido, la definición ofrecida por el Diccionario de Uso del Español: "privarse en algún asunto de la posibilidad de retroceder o desistir".
Existe en inglés una expresión casi idéntica (to burn one's boats, más infrecuentemente podemos encontrarla con ships) que viene a transmitir la misma idea. El Cambridge Idioms' Dictionary nos ofrece para esta locución verbal el siguiente valor: "to do something that makes it impossible for you to change your plans and go back to the situation you were in before" ("hacer algo que convierte en imposible cambiar los planes y retornar a la situación inicial").
Quizá por su menor tradición marinera, en los Estados Unidos es más común encontrar una variante de tierra adentro de esta expresión: to burn one's bridges.
Ejemplos prácticos:
- Quemé mis naves al negarme a trabajar en su equipo de investigación en 2009 así que, cuando la nombraron jefa de la división, no tuve otra opción que marcharme. I had burned my boats by refusing to join her research team back in 2009 so when she was appointed head of the division, I had no option but to resign.
- No quería quemar las naves demandándoles por despido improcedente antes de saber si estaban dispuestos a negociar mi indemnización. I didn't want to burn my bridges by filing for unfair dismissal before finding out whether they were open to negociate my compensation.
A really interesting expression in today’s economic climate. It’s a strong reminder of those countries which burnt their bridges by surrendering their currencies for the euro.
ResponderEliminarThat’s not Schadenfreude, it’s merely optimism that one day Spain might reclaim part of its heritage by returning to the peseta.
Singles, me parece que a este paso la única moneda de cambio que nos va a quedar a los españoles van a ser los billetes del Monopoly.
ResponderEliminarCreo que Standard & Poor's ha creado una nueva calificación para ciertos productos financieros:
"Abono Basura" con un valor equivalente al fertilizante para plantas. :-)
Pero cambiandod de tema y aprovechando la entrada de hoy me gustaría recordar una práctica que se repite a diario en la oficina moderna. Me refiero a la siniestra costumbre de intentar "vendernos la moto", o lo que es lo mismo, tratar de convencer al personal con falsas promesas.
Y como hoy la temática va también de puentes, me parece oportuno comentar que a algún astuto neoyorquino eso de vender motos ajenas debía parecerle demasiado sencillo y directamente le vendíó al incauto turista de turno El Puente de Brooklyn, inmortalizando para siempre la expresión
"trying to sell the Brooklyn Bridge".
¡¡¡ Con un par... !!!.