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viernes, 7 de marzo de 2014

Más se perdió en Cuba



Después de volver, por un día, a los terrenos taurinos para analizar la pintoresca construcción "en peores plazas hemos toreao", revisitamos hoy una construcción muy similar en su uso y estructura.  Como veremos, la relativización de las desgracias y la resignación ante los contratiempos encuentran en nuestra lengua variadas referencias para expresarse.

La fase final de la llamada Guerra de Cuba comenzó en 1898 con la explosión que destruyó el acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana, perdiendo la vida 250 de sus tripulantes. Esta matanza, en la que la participación española es al menos improbable, desató una fuerte reacción en la opinión pública americana, azuzada por los periódicos del magnate Hearst. La subsiguiente y desigual confrontación con el gigante norteamericano duró apenas cuatro meses y terminó con la pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico.

La sensación de derrota y el final definitivo del Imperio Español, en el que en tiempos de Felipe II nunca se ponía el sol, provocaron una enorme crisis en la conciencia nacional, reflejada especialmente por la Generación del 98 y el Regeneracionismo.

También surgió en aquel momento histórico la expresión que hoy nos ocupa. La referencia a las pérdidas de la guerra contra los Estados Unidos relativizan cualquier otro evento negativo que nos pueda acontecer. Cualquier mal parece menor comparado con la pérdida de las últimas colonias, el final definitivo de siglos de esplendor patrio.

No hay, en realidad, pesimismo en la frase sino, más bien, un sentido de aceptación práctica de la realidad basada en una cierta distancia de las cosas, alcanzada por elevación. Este tono, que puede bordear incluso lo chulesco, se hace más evidente cuando se termina la frase con lo que puede ser su segunda parte, "y volvieron cantando".

Podría pensarse que, por su origen histórico, esta frase refleja una idea intrínsecamente hispánica pero existe en inglés una expresión de sentido casi idéntico: worse things happen at sea (literalmente, "cosas peores pasan en el mar").  La expresión se emplea en inglés para indicar a alguien que no se preocupe por algún problema o situación, restándole importancia.

 Efectivamente esta construcción es una de las múltiples expresiones británicas originadas en el mundo de la navegación, reflejo de su secular tradición marítima, tanto militar como mercantil y aún pirata, si las dos últimas no son, en realidad, la misma cosa.  El punto de referencia para la comporación consoladora o resignada lo constituyen aquí los muchos contratiempos y peligros de la vida en alta mar, ante los que palidece cualquier contratiempo que podamos tener en tierra firme.

En todo caso, resulta llamativo, dada la amplia historia imperial británica, llena de grandes victorias pero también notables reveses e ignominiosas derrotas, que la expresión no tenga que ver con pérdida territorial alguna, algo así como "más se perdió en América" o "más se perdió en la India".  Pero parece que algunos pueblos prefieren enfatizar el lustre de sus logros en lugar de autocompadecerse por sus desdichas.  Otros no.

Ejemplo práctico:
  • Perder el contrato ha sido un palo pero más se perdió en Cuba. Losing the contract was a blow but worse things happen at sea.
  • No te preocupes por haber suspendido el examen.  Más se perdió en Cuba.  Don't worry about failing the test.  Worse things happen at sea, you know.

miércoles, 5 de marzo de 2014

En peores plazas hemos toreao

SUELTA DE VAQUILLAS EN UNA PLAZA DE TOROS PORTATIL DE HERNANI. (Foto 5/10)

La resignación, entendida como la conformidad y la paciencia casi ilimitada ante la adversidad, es actitud que adorna a muchas personas de éxito en la oficina moderna.  Y no nos referimos, lógicamente, al llamado éxito profesional, ese etéreo y fugaz concepto tras el que se afanan muchos incautos, cegados por una combinación letal de ambición e insensatez.  Nos referimos, más bien, al éxito que supone acometer el desempeño laboral cotidiano sin comprometer la propia integridad, entendida en su sentido más amplio y, a la vez, más íntimo.

Esa sufrida aceptación cotidiana de la adversidad laboral se cimenta sobre dos raras habilidades que, si bien resultan ciertamente complementarias, conviene diferenciar para su mejor comprensión.

Nos referimos, por una parte, a lo que, con cierta pedantería que bordea el tecnicismo, se ha dado en llamar "gestión de las expectativas".   El moderno ejercicio profesional está lleno de situaciones caracterizadas por la incertidumbre, con la consiguiente inquietud para las personas implicadas.   En estos casos, se trata de abandonar, casi desde el momento inicial, toda esperanza de resultados positivos, especialmente en aquellos asuntos que no dependan de forma directa de nuestro esfuerzo o habilidad y en los que, inevitablemente, el arbitrio y aún el azar se erigen en elementos decisivos.  De esta manera, la decepción ante un resultado adverso (la perdida de un contrato, la subida salarial aplazada por enésima vez, el rechazo de nuestra propuesta, etc.) quedará mitigada por una indiferencia que, si en un principio pudiera ser fingida, terminará por convertirse, con un poco de entrenamiento, en una actitud vital.

Distinta es la actitud de quien resta importancia a la adversidad que afronta, poniéndola en relación con otras realidades aún peores.  En ocasiones, este ejercicio de relativización (término que, quizá como signo de los tiempos que vivimos, el Diccionario de la Real Academia Española incorporará por primera vez en su vigésima tercera edición) pivota sobre la situación de otras personas, que juzgamos, o quizá adivinamos, peor que la nuestra.  Así, nos comparamos con otros compañeros, departamentos, empresas o incluso países que consideramos que abordan situaciones menos deseables que la nuestra.  El refranero castellano observa, con acierto, que el que no se consuela es porque no quiere.

Una variante de esta estrategia es la que utiliza como término de comparación y consuelo, no la situación de otros, sino circunstancias similares en las que nos hemos visto envueltos nosotros mismos en el pasado.  Nuestra situación presente parece menos grave y, consiguientemente, más aceptable y llevadera si la ponemos en relación con otras que nos resultaron particularmente desagradables o cuyo recuerdo nos sigue desazonando.  Recurrimos en estos casos a la castiza expresión "en peores plazas hemos toreao", pronunciada casi siempre con esa forma incorrecta del participio que subraya su carácter popular, para "quitar hierro" a la penosa circunstancia en que nos encontramos.

La expresión es, obviamente, de origen taurino y hace referencia a la categoría del coso taurino donde se sustancia la lidia.  Si se nos permite ponernos técnicos, indiquemos que en España las plazas de toros se dividen en tres categorías, según el vigente Reglamento de Espectáculos Taurinos.  Tenemos, en primer lugar, las plazas de toros permanentes, recintos específica o preferentemente construidos para la celebración de espectáculos taurinos.  Existen también plazas no permanentes, edificios o recintos que, no teniendo como fin principal la celebración de espectáculos taurinos, son habilitados y autorizados para ellos de forma singular o temporal.  Finalmente, las más pintorescas son, sin duda, las plazas de toros portátiles, como la de nuestra ilustración.  Se trata de cosos construidos con elementos desmontables y trasladables que, generalmente, se instalan de manera temporal en los pueblos durante sus fiestas patronales y cobijan toda suerte de festejos taurinos.

Entre las plazas permanentes existe también una jerarquía que distingue entre plazas "de primera" (las de capitales de provincia donde se celebren al menos diez corridas de toro al año), "de segunda" (el resto de capitales de provincia y algunas otras localidades de gran tradición taurina como El Puerto de Santa María) y "de tercera" (todas las demás).  La categoría de la plaza determina el peso mínimo de los toros y un número mínimo de sobreros y caballos, además de afectar al precio de las entradas, los seguros y los profesionales que deben estar presentes durante la corrida.

Compensemos esta larga digresión indicando que, para los reacios a emplear expresiones con connotaciones taurinas, existe también una variante muy similar de resonancias militares.  Se trata de la construcción "en peores garitas hemos hecho guardia" que emplea la misma estructura pero que opta por evocar los exiguos habitáculos desde donde los soldados cumplen sus tareas de vigilancia.  La connotación es, en todo caso, la misma: hemos estado en situaciones peores que la actual por lo que no tiene sentido quejarnos o compadecernos de nuestras circunstancias.

Aunque las dos expresiones referidas son ciertamente idiomáticas, podemos recurrir en inglés a una construcción sencilla con un sentido muy similar.  Se trata de "I've seen worse" que podría traducirse literalmente como "he visto cosas peores".

Ejemplos prácticos:
  • Cuando hace malo, es bastante desagradable cruzar la calle para llegar al parking pero en peores plazas hemos toreao.  In bad weather, crossing the street to get to the car park is rather unpleasant but I have been worse.
  • Nuestras nuevas oficinas están en el quinto coño pero en peores garitas hemos hecho guardia.  Aquí al menos tenemos más luz y un montón de salas de reuniones.  Our new premises are in the back of beyond but we've seen worse.  Here at least we've got much more light and plenty of meeting rooms.
  • Se mosqueó bastante con el hotel en que nos quedamos en Lima pero la verdad es que en peores plazas hemos toreao.  He was really upset about the hotel we stayed at in Lima but the truth is I've seen much worse.